Por Pablo Emilio Buitrago Rugeles
SÉPTIMA PALABRA
Tema: Compasión
Jesús dejó su cuerpo colgado del madero y
descendió de la cruz. Tenía una misión pendiente, antes de entregarse al Padre.
Nadie pudo ver cómo se alejaba del Gólgota
hasta un paraje sombrío y solitario. Allí, colgado de un árbol, en medio del
más profundo silencio, se hallaba el cuerpo sin vida de Judas.
Los ojos piadosos de Jesús se detuvieron un
instante en la figura de quien había sido uno de sus discípulos más fieles, el
que creyó desde el primer momento que Él era el Mesías y había venido al mundo
para liberar a su pueblo. El mismo que le había entregado para que se cumpliera
la Palabra.
Abandonado en aquél recóndito lugar, el cuerpo
de Judas estaba destinado a las aves carroñeras. Jesús desató la soga de su
cuello y cargó a su discípulo hasta una cueva, donde estaba dispuesta una
túnica blanca y un jarrón de esencias. Cubrió a Judas con la túnica y derramó
sobre su cuerpo inerte las esencias. Sin decir palabra, movió una roca para sellar
la entrada de la cueva, y volvió camino al Gólgota.
Al pasar cerca de María, ella sintió un
estremecimiento que no pudo explicar.
De nuevo, en la cruz, Jesús exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu”.
0 comentarios:
Publicar un comentario