Por Pablo Emilio Buitrago Rugeles
SEXTA PALABRA
Tema: Plenitud
¡Alto!, ordenó el rey al ver en el camino al
hombre ciego que iba de la mano de un lazarillo.
-Hoy me siento generoso. Acercadme a ese pobre
ciego que voy a concederle un deseo para compensar su desgracia.
Los custodios del rey llevaron al hombre ciego
y al lazarillo hasta el carruaje imperial.
-Mis riquezas, poderes y dominios son
inmensos, dijo el rey. Si tuvieras visión, no te alcanzarían los ojos para
admirar mis posesiones. Hoy estás de suerte, porque te concederé lo que desees.
Dime ¿qué quieres?
El ciego pensó por un instante y preguntó:
“¿Me dices que sois inmensamente rico, majestad?”
-Así es, ¿quieres riquezas?
“Sí”, repuso el ciego. “Quiero que me concedas
todas las estrellas que brillan en el cielo infinito”.
-Lo siento, dijo el rey a regañadientes, pero
mis posesiones no llegan a esos límites.
“¿Pero eres poderoso, verdad alteza?”
-¡Claro que lo soy! ¿Quieres poder?
“Sí, majestad. Dame el poder de detener la
tormenta, de impedir la erupción del volcán ardiente, de calmar la furia de los
mares y dominar a mi antojo el tiempo de los días y las noches”.
-Lo siento, repitió el rey a regañadientes, mi
poder no llega a tanto.
“¿Pero supongo majestad que eres maestro de
los placeres?”
-Eso sí, dijo el rey con entusiasmo. ¡Tendrías
qué conocer mi harén! ¿Es eso lo que quieres?
“Si hay entre tus mujeres, una que pueda
hacerme sentir el aleteo de las mariposas, deleitarme con el canto de las aves
del paraíso y cuya alma sea cristalina como un manantial de agua pura…”
-¡Está probado que no tengo nada que pueda
satisfacerte!, exclamó el rey con enojo.
“Sí hay algo, majestad: Déjame seguir
tranquilo mi camino”
-Sea pues, ¡vete!
El ciego siguió su camino. Al rato, el
lazarillo que lo llevaba de la mano, le preguntó: ¿Por qué no pediste nada que
te pudiera dar ese rey?
“Porque lo que necesito, querido lazarillo, me
lo ha dado un Rey mayor que éste. Sólo tengo que tomarlo y esperar que mi
tiempo se cumpla. Recuerda siempre lo que dijo Jesús en la cruz: ‘Todo está consumado’. No hay nada
nuevo que podamos agregar a la obra del Señor, ni riquezas, ni poderes, ni
placeres que se le parezcan”.
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